Descripción
Cuando se habla de “Humanidad”, se piensa en lo que “separa” y distingue al hombre de la Naturaleza. Pero tal separación no existe en realidad; las propiedades “naturales” y las propiedades “humanas” son inseparables. El hombre, aun en sus más nobles y elevadas funciones, es siempre una parte de la Naturaleza y ostenta el doble carácter siniestro que aquella. Sus cualidades terribles, consideradas generalmente como inhumanas, son quizá el más fecundo terreno en el que crecen todos aquellos impulsos, hechos y obras que componen lo que llamamos Humanidad.
En la multiplicidad de lenguas se hace patente el hecho de que la palabra y la cosa no tienen una relación necesaria, sino que, por el contrario, la palabra es un mero símbolo. ¿Pero qué es lo que simboliza la palabra? Nada más que representaciones, ya sean estas conscientes, o, como ocurre con mayor frecuencia, inconscientes, ¿pues cómo habría de corresponder una palabra-símbolo a aquella esencia interior, cuyas copias somos nosotros así como todas las demás cosas del mundo? Esa esencia, ese meollo no lo conocemos más que por medio de representaciones, no intimamos con ella más que por medio de imágenes exteriores: fuera de estas no hay un lazo que nos una a ella directamente.